HEMOS EMPEZADO EL NUEVO CURSO CON EL MANIFIESTO DE JOANA MASÓ

Nunca, al empezar un nuevo curso, no hemos dejado de desear todo aquello que todavía no hemos vivido.

No hemos dejado nunca de desear todo aquello que todavía no hemos hecho, que todavía no hemos pensado.

En los últimos tiempos, pero, el lugar desde el cual desear e imaginar no ha parado de desdibujarse.

Cómo si nos faltaran los lugares, los espacios, los contextos.

Nos hacen falta lugares que hacen lugar. Contextos donde las prácticas creativas y de reflexión hacen vínculos con la vida material.

Espacios que dejan de hacer la guerra en las vidas vivibles y en las vidas vividas, como la escuela y la universidad neoliberales.

Difundidas. De individuos. Sin muros y sin lugar.

Prácticas preocupadas para reorganizar los contextos donde el discurso se produce, como hizo Michel de Certeau en 1980.

En instituciones radicalmente democráticas que se atreven a tratar con su propia hambre, como escribió Gilles Deleuze citando Antonin Artaud.

Deleuze pensaba la institución como un modelo de acción posible, capaz de pensarse y transformarse.

Pero solo cuando conseguía tocar con las manos sus propios miedos e incapacitados, batallas, límites y necesidades.

Y donde el deseo podía circular produciendo otro paisaje y otro cuerpo.

Una institución radicalmente democrática es aquella que deja entrar todo aquello que hace problema en su campo de experimentación y de saberes, en la circulación de las genealogías y de las historias que finalmente se pueden narrar en presente porque no son pasado.

Francesc Tosquelles, psiquiatra y militante republicano que llevó a cabo una de estas experiencias colectivas radicales, escribió que cuando no sabemos identificar los malestares ni las guerras que atraviesan nuestras instituciones, ni nuestras formas contemporáneas de delegación y carencia de implicación, nuestras instituciones enfermas nos hacen un mal que no sabemos ni nombrar ni transformar.

Texto de Joana Masó
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